jueves, 29 de abril de 2010

Juan Previgliano

Sala de espera

Un perro muestra su lomo amarillo
la figura de atrás no disimula/ la silueta
verde en la alameda

el jardín se vació
quedó la flor amarilla junto al filamento negro
(esperan que los seduzcan de nuevo)

estoy en la oficina de correos mientras
la oruga dibuja una ese chueca, mientras
la lámpara y la lluvia me traen la playa, mientras
los números siguen cayendo/ ordenados mientras


elementos, señoras de nylon (afuera)

adentro leo un poemario de Gabriela Mistral
que me da sueño

un chica pop resulta tener lindo
solamente el vestido y
si yo viviera en una ciudad del futuro
no haría filas

controlaría todo con la mente
a lo sumo me compraría un cactus para
tener como compañía
tener como miedo a soportar la soledad/ que
no se hace llevadera en la sala de espera

siempre, pero siempre el teclado
de la oficina postal
está lleno de migas
(de migas mientras)
nadie se levanta para tomar el mate cocido

las pinturas en aerosol, llenan mi cuerpo de estampillas
y me despacho

circulo en carruajes por adoquines
me distraigo
vendo en el bondi velas en frascos
que usarán grupos de jóvenes/ para invocar
a los espíritus
para olvidar las calles grises, de cemento
y las mo-no-ma-nías perceptibles

si vieras hoy, redecilla, la orilla del mar
te zambullirías por pescar cornalitos
y serías feliz

me aburro en este antro
más que yo, disfruta una vaca pastando,
es tedioso y a la vez pedagógico
porque educo mis oídos para que no funcionen

las señoras repiten lo que ven en la televisión
mientras se ocupan odiando
olvidan regar sus macetas
descajetan la pintura triste
que les dejó su hija muerta
sacan fotos fuera de foco al cadáver
y ven caer la lluvia
(de vuelta)

La sala de espera me desencanta
empiezo a hablar de muertos y cristos
es culpa del poemario
lo dejo
en mi cabeza translúcida aparece un prisma
que conocí en otra vida
cuando existía la realidad
y no estaba sentado en la oficina postal

al cristal se suman puntos de tres colores
baños, ángeles y flores
sin ninguna percepción agregada
imágenes prolijas en seguidilla

el cuerpo tiene cara de fiaca mientras

me divierto con un trompo invisible
que uso en mi hiperbolización
(siniestra), porque se acaban las palabras
cayendo como las hojas amarillas
de un otoño que no llegará
(vivo en Quito-Ecuador,
no en la ciudad de Buenos Aires)

soy un camaleón en el hielo
un anochecer que se enmaraña
sólo con una florcita
más de cinco llegaron al satori
y yo desvarío en la oficina de correos

un bicho raro se pasea por mis dedos
luego lo miro bien y es un dinosaurio en miniatura
como los que usaba para jugar
cuando no venía a la oficina de correos

soy un pez pinche,
no pienso sonreír a ninguna persona

los números avanzan como un caracol
despacio (esa idea ya la tenía por contrato,
por contrato con el arrebato triturador)

por mucho o poco que suceda
tengo la suerte de que ningún niño diabólico llora.

Bien, roguemos por que termine mi función
en la sala de espera

me quedo sin relaciones, sin prismas y sin silueta
me hice espejismo montaraz y desencadené
un sismo con la mente

hice un collage, cambié un dique por un callejón
compré en el norte bolas de nieve
(se derretían en el viaje de vuelta a casa).

¿Por qué no miro la televisión que
miran las señoras y repito mientras
envió postales desde Automatolandia mientras
disfruto la propaganda?

No, se me ocurre que la realidad
es una aglomeración de espejismos y tijeras
de garras retráctiles
y acá no hay un piso que encaje con
mispiernascreo
o no creo nada
da igual, ahora va a atardecer
sigo en la oficina de correos
mi carta va a llegar a México ante que
yoamicasa.

Un algo de tremendo lago
y bambi y la cornucopia

¡Basta!
¿Alguien puede atenderme?
¿Tengo que matar para que despachen la carta?

Nada más quiero estar en el campo
y sacarme fotos/ descalzas las rodillas
en un exceso de luz.

Bien es mi turno.
.

viernes, 16 de abril de 2010

Violeta Canggianelli

Iturriza

Amanecí con la espalda manchada y los pies impregnados de amarillos y verdes.

mi cara era de un fucsia encendido. El ánimo como la misma flor marchita de mi pelo lacio. Vi en mi voz el sonido de la piedra que tiró y no se detuvo.

Su impronta ave fénix me dejó resignada por unos años. En ese tornado de rejas y chispas no vi la luz ni el reflejo de los adoquines de mi servir constante.

La luz de mi sonrisa tenía despintadas sus gotas de vuelo. Veo mal ese cielo.

Son torres de cielo cortadas como un arreglo de letras y pinches.

De la ventana mojada de su casa del Sur se veía el pasto bicolor y la cara de su perrito pintado.

Su madre llegó una tarde vestida de colores primarios hablando de su baño aclarado, de los grillos celestes y de su grillo gris, mojado y dormido en el vitraux del fondo de su ventana.

Todo parece un laberinto asignado: el verde de las nubes y la tierra repleta de bichos y pinches. La punta de la montaña blanca era igual al algodón pinchudo.

Mi barco de papel no tiene límites claros. Le puse mi campanita en lo más alto de la vela y pegada en el borde la foto del beso desnudo de John y Yoko.

Me paro en la esquina de la cabaña de rombos. La retina desprendida de Itu me hizo vivir insana esos años nuevos. Los dos engaños en su cuerpo de zorrino le hablan. Su corbata atada a la garganta me volvió a contar el porqué, del bies de sus jeans, arremangados en la playa mojada.

Violeta Canggianelli

www.elhoteldeladanza.blogspot.com

es mi blog.

martes, 6 de abril de 2010

Teodora Scoufalos

Junto a mi taza descansa, tu piel, caminante, que errante, ha pisado flores rosas y amarillas, y ha sentido el paso libre y solitario de aquella oruga cumpleañera, que entre llantos y risas, fue perseguida en círculos artificiales por esos niños, que decidieron reducirla a sopa de caracoles. Y tú, caminante, mecánicamente diste dos vueltas por el cerco de aquella casa que tú mismo habías levantado en el asfalto, desde su entrada hasta la terraza, en esa ruta invadida por bichos y tierra. Esa terraza, donde yo intentaba construir un hogar, con macetas, flores y hasta quizás, por qué no, patitos de hule en piletas artificiales, perros desteñidos por mis lágrimas y nubes con cara de niña. Y junto a mi taza, tus anteojos de miope, con los que decías ver manchas de colores, lunares, a través de la ventana, cuando, muy bien tú y yo sabíamos, que se trataba del angelito de jardín, cansado por el sol, las hojas, y esa manía tuya de remontar barriletes de hielo hasta la luna. El angelito-duende de jardín asomado que juntaba florcitas, insectos, peces y hasta caracoles con forma de dinosaurio, esperando que lo vieras y dejaras de llamarlo mancha de luz. Y si él toma esos caracoles para romperlos y hacer de ellos un collar, no es porque sea un angelito malo, como una vez yo lo llamé, sino porque busca escribir en las paredes de nuestro cercado de casa de playa, con flores y nieve, que se trata del final de nuestro amor. Y si no hay salida posible, no hay corales, ni promesas de baldosas o felicidad que valgan, es porque tú, caminante, pisaste mis flores, rosas y amarillas, hasta dejarme varada en una escalera invadida por hongos y penas, donde ya no hay forma de que pueda volver a ver a través de la luz que refleja la sombra de mi taza, de café con leche.